The Nizkor Project: En Memoria del Holocausto (Shoah)

Nuremberg, crimenes de guerra, crimenes contra la humanidad

Juicio a los Principales Criminales de Guerra Alemanes

En Nuremberg, Alemania
12 de marzo a 22 de marzo de 1946

Octogésimo Primer Día: Miércoles, 13 de marzo de 1946
(5 de 8)


[el DR. STAHMER continúa con el interrogatorio de HERMANN WILHELM GORING]

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P: ¿Cuándo tuvo lugar la última sesión del Gabinete del Reich?

R: Que yo recuerde, la última reunión del Gabinete del Reich tuvo lugar en 1937, y que yo recuerde, presidí las últimas reuniones porque el Führer se marchaba poco después de comenzar. No le importaban mucho las reuniones del Gabinete; era un círculo demasiado grande para él, y quizás se discutían mucho sus planes, y quería cambiar eso.

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A partir de entonces sólo hubo reuniones individuales, reuniones con ministros o con grupos de ministros de los Ministerios afectados. Pero dado que los ministros consideraban, muy acertadamente, que esto dificultaba su trabajo, se adoptó una solución por la que yo, bajo el término "Plan de Cuatro Años", reunía a los ministros con más frecuencia para tratar cuestiones generales con ellos. Pero en ningún momento, ni en el Gabinete ni en el Consejo Ministerial, se mencionó o trató ninguna decisión política importante, como por ejemplo, estas decisiones: la anexión de Austria, los Sudetes y Checoslovaquia, que finalmente llevaron a la guerra. Conozco la gran importancia que el Führer le daba al hecho de que en estos asuntos sólo se informara a los ministros a los que fuera estrictamente necesario informar debido al carácter de su trabajo, y sólo en el último momento. En este caso también puedo decir bajo juramento que a muchos ministros no se les informó ni del comienzo de la guerra ni de la invasión de Checoslovaquia, los Sudetes o Austria hasta la mañana siguiente, cuando se enteraron por la radio o por la prensa, como el resto de ciudadanos alemanes.

P: ¿Qué papel ejerció usted en la consecución del Pacto de Munich de septiembre de 1938?

R: Siempre insistí en que la anexión de los alemanes de los Sudetes, o mejor dicho, la solución del problema de los alemanes de los Sudetes, era algo necesario. También le dije al Führer tras la anexión de Austria que yo lamentaría que sus declaraciones fueran malinterpretadas y se considerara que con la anexión de Austria quedaba resuelta esta cuestión.

En noviembre de 1937 le dije a Lord Halifax que la anexión de Austria, la solución de la cuestión de los alemanes de los Sudetes a través del retorno de los alemanes de los Sudetes, y la solución del problema de Danzig y el Corredor eran partes integrales de la política alemana; sin importar si eran abordados por Hitler un día o por mi o alguna otra persona al día siguiente, seguirían siendo objetivos políticos que bajo cualquier circunstancia tendrían que conseguirse algún día. Sin embargo, los dos reconocimos que se debía hacer toda clase de esfuerzos para evitar recurrir a la guerra.

Además, en mis conversaciones con el Sr. Benes, siempre había adoptado esta misma postura. Le dije a todo el mundo, tanto pública como personalmente, que había que resolver los tres puntos antes mencionados y que la solución del primero no haría que los otros fueran menos importantes.

Quiero destacar también que si, en relación a esto y también en referencia a otras cosas, la fiscalía nos acusa de que no respetamos tal o cual promesa que Alemania hubiera hecho en el pasado, incluida la Alemania que existía antes de la toma del poder, querría remitirles a los muchos discursos en los que tanto el Führer, esto ya no lo recuerdo muy bien, como yo, y esto sí que lo recuerdo muy bien, declaramos que advertíamos a otros países que no hicieran planes de futuro en base a ninguna promesa del presente gobierno, que no reconoceríamos esas promesas cuando nos hiciéramos con el poder. Había por tanto una claridad absoluta en esto.

Cuando la cuestión de los Sudetes provocó una crisis y el Führer encontró una solución, yo, como soldado y Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, como era mi deber, tomé medidas preparatorias, según lo ordenado, para cualquier eventualidad. Como político estaba extremadamente contento con los intentos que se hicieron de buscar una solución pacífica. Reconozco que en aquel momento me alegré mucho cuando vi que el Primer Ministro británico hacía toda clase de esfuerzos. Sin embargo, la situación el día antes del Pacto de Munich se había vuelto de nuevo muy crítica.

Hacia las 6:30 o las 7 de la mañana el Embajador italiano, Attolico, me llamó y me dijo que tenía que verme de inmediato por orden de Mussolini, que era por la solución del problema de los Sudetes. Le dije que debería ir a ver al Ministro de Exteriores. Me dijo que tenía una orden especial de Mussolini de verme a mi primero a solas. Le vi, que yo recuerde, a las 9 de la mañana, y me dijo que Mussolini estaba dispuesto a

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hacer de mediador, y sugirió que se convocara lo antes posible una reunión a la que asistieran por Alemania, Adolf Hitler; Inglaterra: el Primer Ministro Chamberlain; Francia: el Primer Ministro Daladier; Italia, Mussolini, para resolver pacíficamente la cuestión. Mussolini veía esa posibilidad, y estaba dispuesto a dar todos los pasos necesarios, y me pidió personalmente que usara toda mi influencia en este sentido. Llevé de inmediato al Embajador, y también a Herr von Neurath, aunque no era el Ministro de Exteriores por aquel entonces, a la Cancillería del Reich, e informé de todo al Führer. Traté de persuadirle, le expliqué las ventajas de ese paso, y dije que esto podía ser la base de una relajación general de la tensión. No se podía saber si el resto de tentativas políticas y diplomáticas que estaban teniendo lugar tendrían éxito, pero si los cuatro líderes de las cuatro grandes potencias europeas occidentales se reunían, se ganaría mucho.

Herr von Neurath apoyó mis argumentos, y el Führer accedió y dijo que debíamos llamar al Duce por teléfono. Attolico, que esperaba fuera, lo hizo de inmediato. Después, Mussolini habló con el Führer oficialmente, y se acordó que la reunión tuviera lugar en Munich.

A última hora de la tarde la Embajada Italiana me informó de que tanto el Primer Ministro británico como el Primer Ministro francés aceptaron ir a Munich al día siguiente.

Le pedí al Führer, o más bien le dije, que fueran cuales fuesen las circunstancias, yo asistiría a la reunión. Estuvo de acuerdo. Entonces sugerí llevar conmigo a Herr von Neurath en mi tren. También estuvo de acuerdo.

Participé en algunas de las conversaciones y, cuando fue necesario, contribuí a la solución de muchas disputas y, sobre todo, hice todo lo posible para crear una atmósfera amigable para todas las partes. Mantuve conversaciones personales con el Sr. Daladier y el Sr. Chamberlain, y estaba verdaderamente contento de que todo hubiera ido bien.

P: Antes de eso, había tenido lugar la anexión de Austria por parte de Alemania. ¿Qué razones adujo Hitler para esta decisión, y hasta qué punto usted ejerció un papel en estas medidas?

R: Ayer le dije al Tribunal, cuando hice un breve perfil de mi vida, que sentía personalmente una gran afinidad por Austria, que pasé la mayor parte de mi juventud en un castillo austriaco, que mi padre, aun en tiempos del antiguo Imperio hablaba con frecuencia del estrecho vínculo entre el futuro del país alemán que era Austria y el Reich, dado que estaba convencido de que el Imperio Austriaco no aguantaría unido mucho más tiempo.

En 1918, pasando dos días en Austria y habiendo llegado en avión, viví en persona la revolución y el colapso del Imperio Habsburgo. Los países con una población mayoritariamente alemana, incluidos los Sudetes Alemanes, reunidos en ese momento en Viena, se declararon libres del disuelto Estado Habsburgo, y declararon que, como representantes de la región alemana de los Sudetes de Austria, eran una parte del Reich Alemán. Esto ocurrió, que yo recuerde, bajo el mandato del Canciller socialdemócrata Renner. Esta declaración de los representantes del pueblo alemán austriaco fue alterada por el Tratado de Paz de St. Germain, y prohibida por la imposición de las naciones victoriosas. No tenía importancia ni para mi ni para ningún otro alemán.

Era un hecho que se tenían que crear el momento y las condiciones para la unión de las dos naciones hermanas de pura sangre y origen germanos. Cuando llegamos al poder, como he dicho antes, esto se convirtió, por supuesto, en una parte integral de la política alemana.

Las garantías que Hitler dio en aquel momento sobre la soberanía de Austria no fueron ningún engaño; iban en serio. Al principio quizás no vio otra posibilidad. Yo era mucho más radical en este aspecto y le pedí repetidas veces que no asumiera ningún compromiso definitivo

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en la cuestión austriaca. Él creía sin embargo que primero de todo tenía que tener en cuenta a Italia.

Era evidente que, especialmente después de que el Partido Nacionalsocialista llegara al poder en Alemania, el Partido Nacionalsocialista de Austria empezó a crecer cada vez más. Sin embargo, este partido había existido en Austria ya desde antes de la llegada al poder en Alemania, al igual que el origen del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores se remonta a los Sudetes Alemanes. El partido de Austria, por tanto, no era una quinta columna en favor del Anschluss, y el pueblo austriaco siempre había deseado la anexión. El que la idea del Anschluss no fuera asumida tan clara y fuertemente por el Gobierno Austriaco de entonces no se debía a que no quisera unirse a Alemania, sino a que la forma de gobierno del nacionalsocialismo era incompatible con la forma de gobierno existente entonces en Austria.

Eso provocó esa tensión, primero en Austria, que la fiscalía ha mencionado repetidas veces en sus cargos. Esta tensión era inevitable porque los nacionalsocialistas se tomaron la idea de la anexión más en serio que el Gobierno. Esto llevó a una lucha política entre los dos. Es obvio que estábamos del lado de los nacionalsocialistas debido a nuestras simpatías, en especial debido a que el partido era duramente perseguido en Austria. Muchos eran enviados a campos, que eran como los campos de concentración pero con diferente nombre.

Durante un tiempo, el líder del partido austriaco fue un nombre llamado Habicht, de Wiesbaden. No le conocía, sólo le vi una vez allí. Llevó al Führer a creer falsamente que las fuerzas armadas austriacas estaban preparadas para actuar por su cuenta para forzar al Gobierno a aceptar el Anschluss o derrocarlo en caso contrario. Y que si ese era el caso, que el partido de Austria apoyaría todo lo que hicieran las fuerzas armadas en este sentido, con lo que el Führer pensó que debía tener el apoyo político del partido de Alemania en esta cuestión. Pero todo el asunto era un engaño, ya que no era el Ejército Austriaco el que tenía intención de actuar contra el Gobierno Austriaco, sino el llamado "Wehrmacht Standarte", una unidad de veteranos y de miembros licenciados del Ejército Austriaco que se habían afiliado al partido.

Con esta maniobra de engaño, Habicht llevó a cabo esta acción en Viena. Yo estaba entonces en Bayreuth con el Führer. Llamó a Habicht de inmediato, le hizo duros reproches y le dijo que le había dado información falsa y le había engañado.

Lamentó profundamente la muerte de Dollfuss, ya que políticamente eso creaba una situación muy grave para los nacionalsocialistas, y en especial con Italia. Italia movilizó cinco divisiones en ese momento y las envió al Paso del Brénero. El Führer deseaba un apaciguamiento que fuera rápido y con un efecto que barriera todo lo más posible. Ese es el motivo por el que le pidió a Herr von Papen que fuera como Embajador Extraordinario a Viena y que tratara de calmar los ánimos lo más rápidamente posible.

No debemos olvidar la en cierta forma absurda situación que se ha desarrollado ya a lo largo de los años: un país puramente alemán como Austria no se veía influido en cuestiones gubernamentales más fuertemente por el Reich Alemán, sino por el Gobierno Italiano. Recuerdo una frase del Sr. Churchill que decía que Austria era prácticamente una sección de Italia.

Tras la acción contra Dollfuss, Italia asumió una actitud muy claramente distante hacia Alemania y dejó claro que Italia sería el país que haría todo lo posible para evitar la anexión. Por tanto, aparte de la limpieza interna de las relaciones de Alemania con Austria que tenía que hacer Herr von Papen, el Führer tenía también que tratar de conseguir un cambio en la actitud de Mussolini en

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este asunto. Por este motivo fue a Viena poco después, o quizás fue antes... en cualquier caso, trató de cambiar esa actitud.

Pero opino que, a pesar de todo lo que hayamos podido tener en común, digamos en un sentido filosófico, el fascismo y el nacionalsocialismo, la anexión de nuestro pueblo hermano era para mi mucho más importante que su firma de un acuerdo. Y si no era posible hacerlo con Mussolini, tendríamos que hacerlo contra él. Entonces estalló la guerra Italo-Etiope. En cuanto a las sanciones contra Italia, se dio a entender a Alemania, no abiertamente sino "detrás de los bastidores", que supondría una ventaja para ella en la cuestión austriaca el colaborar con estas sanciones.

El Führer tenía que tomar una decisión difícil. O declararse abiertamente en contra de Italia, y lograr el Anschluss de esta manera, o vincularse a Italia con una actitud pro-italiana y correcta, y excluir así la oposición italiana al Anschluss. Le sugerí entonces, en vista de la más bien vaga oferta sobre Austria hecha por círculos anglo-franceses, que tratara de averiguar quién estaba detrás de esta oferta, y si esos dos Gobiernos estaban dispuestos a firmar un acuerdo sobre este punto, y garantizar que esto sería considerado un asunto interno alemán, y que la oferta no suponía simplemente unas vagas garantías de cooperación general, etc.

Mis sospechas demostraron ser ciertas: no podían ofrecer ninguna garantía clara. Y en esas circunstancias, era más oportuno evitar que Italia se convirtiera en el principal oponente al Anschluss no uniéndonos a ninguna sanción contra ella.

Yo seguía opinando que el gran interés nacional que suponía la unión de estos pueblos alemanes estaba por encima de toda consideración relativa a diferencias entre los dos Gobiernos existentes, y que esto no se podría lograr haciendo que el Gobierno del Gran Reich Alemán pasara a un segundo plano y quizás uniendo Alemania y Austria; el Anschluss tendría que llevarse a cabo tarde o temprano.

Entonces se firmó el acuerdo de Berchtesgaden. Yo no estuve presente en este momento. Ni siquiera estaba de acuerdo, porque me oponía a cualquier declaración concreta que alargara este periodo de indecisión; para mi, la unión completa de todos los alemanes era la única solución concebible.

Poco después de Berchtesgaden tuvo lugar el plebiscito que había organizado el entonces Canciller Schuschnigg. Este plebiscito no se podía llevar a cabo, era una ruptura del acuerdo de Berchtesgaden. No entraré en detalles. Pero la forma en la que se suponía que debía tener lugar este plebiscito era única en la Historia. Sólo se podía votar "sí", todo el mundo podía votar tantas veces como quisiera, cinco veces, seis veces, siete veces. Si la papeleta de voto estaba rota, eso contaba como un "sí", etc. No tiene más interés. De esta forma se podía ver desde el principio que con que unos pocos seguidores del sistema de Schuschnigg aprovecharan estas oportunidades lo suficiente, el resultado sería una mayoría en favor de Herr Schuschnigg. Todo era una farsa.

Nos opusimos a eso; en primer lugar un miembro del Gobierno Austriaco que estaba en ese momento en Alemania, el General von Glaise-Horstenau, fue enviado en avión a Viena para dejarle claro a Schuschnigg o a Seyss-Inquart, que, desde Berchtesgaden estaba en el Gabinete de Schuschnigg, que Alemania nunca toleraría esa provocación. Al mismo tiempo se puso en alerta a tropas acuarteladas cerca de la frontera austriaca. Eso fue, creo el viernes 11. Ese día yo estaba en la Cancillería del Reich con el Führer. Me enteré por teléfono de que Glaise-Horstenau había llegado y había dejado claras e inequívocas nuestras demandas, y que en ese momento se estaban tratando. Después, que yo recuerde, nos respondieron que se había desconvocado el plebiscito y que Schuschnigg estaba de acuerdo. En ese momento sentí instintivamente que la situación se había vuelto inestable y que ahora, por fin, estaba ahí esa posibilidad que habíamos esperado fervientemente durante tanto tiempo, la posibilidad de

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llegar a una solución total. A partir de este momento debo asumir un cien por cien de responsabilidad por lo ocurrido, porque fui más bien yo y no el Führer el que marcó el ritmo y el que, incluso ignorando los recelos del Führer, desencadenó los acontecimientos.

Se han leído aquí mis conversaciones telefónicas. Exigí espontáneamente, sin haber hablado primero con el Führer, la dimisión inmediata del Canciller Schuschnigg. Cuando esto tuvo lugar, planteé mi siguiente exigencia, ahora que todo estaba preparado, y era el Anschluss. Y como es sabido, tuvo lugar.

La única cosa, y no digo esto porque sea importante por lo que respecta a mi responsabilidad, que no causé personalmente, ya que no conocía a las personas implicadas, pero que ha sido expuesta por la acusación en los últimos días, fue lo siguiente: envié una lista de Ministros, es decir, nombré a las personas que considerábamos que era de desear que estuvieran por el momento en el Gobierno Austriaco. Conocía a Seyss-Inquart, y tenía claro desde el principio que debía ser el Canciller. Nombré después a Kaltenbrunner para seguridad. No conocía a Kaltenbrunner, y es uno de los dos casos en los que el Führer intervino indicándome unos pocos nombres. También, por cierto, di el nombre de Fischbock para el Ministerio de Economía sin conocerle. La única persona a la que introduje personalmente en este Gabinete fue a mi cuñado el Dr. Huber como Ministro de Justicia, no porque fuera mi cuñado, sino porque ya había sido Ministro de Justicia de Austria en el Gabinete del Prelado Seipel. No era miembro del Partido por aquel entonces, pero procedía de las filas de los Guardias Nacionales (Heimwehr) y era importante para mi tener también a alguien de este grupo con el que habíamos trabajado inicialmente, para después enfrentarnos, representado en el Gabinete, y quería estar seguro de mi influencia sobre esta persona para que todo avanzara realmente hacia un Anschluss total. Porque ya habían vuelto a aparecer planes en los que sólo el Führer, debido a que era el líder del Reich Alemán, podía ser también el líder de la Austria alemana, y que si no era así, habría una separación. Yo consideraba que eso era intolerable. Había llegado el momento, y teníamos que aprovecharlo.

En la conversación que mantuve con el Ministro de Exteriores von Ribbentrop, que en ese momento estaba en Londres, destaqué que nosotros no habíamos lanzado el ultimátum. Había sido Seyss-Inquart. Eso era, de jure, absolutamente cierto; de facto, por supuesto, lo lancé yo. Pero los ingleses estaban interceptando esta comunicación, y tenía que mantenerme en los límites de una conversación diplomática, y nunca he oído ningún caso en que los diplomáticos en esa situación digan cómo fue de facto; normalmente, siempre destacan cómo fue de jure; ¿y por qué debía hacer yo una excepción en este caso? En esta conversación telefónica le pedí a Herr von Ribbentrop que le pidiera al Gobierno Británico que nombrara a británicos en los que tuvieran una confianza absoluta. Queríamos hacer preparativos para que estas personas pudieran viajar por toda Austria para ver con sus propios ojos que el pueblo austriaco, en su inmensa mayoría, quería este Anschluss y lo aceptaba con entusiasmo. Mientras se trataba la cuestión austriaca, no se mencionó el hecho de que ya el domingo anterior, esta conversación tuvo lugar el viernes, en Estiria, una de las tierras más importantes con población predominantemente alemana, había tenido lugar en la práctica un Anschluss parcial interno, y que la población de allí ya se había declarado en favor del Anschluss y había cortado más o menos sus vínculos con el Gobierno de Viena.


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